martes, 17 de abril de 2012

El optimismo es un invento capitalista


Son tiempos aciagos en los que parece que el hecho de levantarse cada mañana de buen humor es ya un gesto heroico. Es verdad que si perdemos la guerra del humor frente a las excusas para no reírse, habremos convertido el mundo en un lugar invivible. Yo necesito la risa como catarsis. Utilizo la ironía, el sarcasmo o incluso el escarnio para reírme con saña de los impulsores de este cataclismo económico y social al que nos han arrastrado. La risa es como la junta de accionistas de los pobres. Por eso me parece perversa la manipulación que el neoliberalismo ha hecho del positivismo. Es utilizado como conductor de sus dogmas y actúa como armador del consentimiento de la ciudadanía para que el sistema pueda mantener las desigualdades e injusticias. Bajo los prelados optimistas, perder el trabajo o tener una enfermedad, pueden ser vistas como espolón al cambio más esperanzador. La sibilina violencia simbólica a la que aludía Pierre Bourdieu, supone una invisible dominación. Las palabras no son neutras.
SE NOS HACE VER que cualquier problema es una oportunidad de superación personal. Te sumerges en la negación de la realidad y te sometes con alegría a los contratiempos. El mensaje fuerza es que la actitud positiva favorecerá hechos positivos. Una persona puede conseguir todo si de verdad se lo propone. En esa relación de causa efecto entre deseo y realidad es donde pensamiento positivo y capitalismo se funden. La perversión de este discurso optimista radica en que se sustenta con la premisa de la responsabilidad individual. Los no afectados por la alergia de la alegría, son merecedores de las tragedias. Si el éxito depende exclusivamente de la actitud propia, no hay excusa para el fracaso. Desde ese prisma se mata la capacidad de empatía o la solidaridad. La caridad sí que cabe. Como expresa Slavoj Žižek , hay un tipo de misantropía que es mucho mejor como actitud social que un optimismo caritativo barato, que es aquel que intenta solucionar el problema de la pobreza tratando de mantener vivos a los pobres. Remedios que son parte de la enfermedad. El pensamiento positivo actúa como argamasa de control, perpetúa el inmovilismo y no alienta a la transformación social.
Simplemente edulcora la realidad para que la podamos digerir. Esto explica el éxito del entretenimiento más banal. Con una realidad cada vez más dura, buscamos esos ratos en los que la seducción del positivismo espectacularizado nos atrape y nos aleje por un momento de nuestros problemas. Al conformismo, pensar no le hace bien.
ESO ES lo que puede temer el neoliberalismo. Que pensemos. Que cambiemos el optimismo lacayo del sistema por un pensamiento crítico con voluntad transformadora. Que reivindiquemos el derecho a la tristeza y al cabreo y que lo canalicemos para desactivar la alienación. Ser incómodos es mucho más que no hacer nada.
La vida no es eso que nos pasa al lado sino a través de nosotros. Y cuando ensucia tanto las cosas, no hay que reírle las gracias.

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