sábado, 24 de noviembre de 2012

Desahucios y regalos


De pequeña quise cambiar los Reyes Magos por Papa Noel, que venía antes y así disponía de más días para disfrutar de los juguetes antes de volver al cole. No entendía como no había un gran pacto Reyes-Padres para adelantar la entrega y que los niños no estuviéramos tan pesados todas las fiestas. Ya podía el catolicismo, tan acostumbrado al artificio, cambiar la fecha. Mi madre me decía que lo de que tengas a Papa Noel o a los Reyes Magos no se elige, te toca. Y a nuestro barrio, Torrero, le tocaba que viniera el Rey Baltasar. Por eso me debí hacer republicana, porque no aceptaba otro rey que no fuera ese. Yo creo que fue una estrategia de mi madre para que yo no le saliera racista, siempre miré con devoción absoluta a las personas que compartían color de piel con mi rey, por si acaso eran familia y luego me venían con represalias. El caso es que mi madre sólo me dejaba pedirle tres cosas al Rey Baltasar. Yo insistía en que la magia no entiende de dineros pero mi madre no reblaba. Me decía que ya había muchos niños en el mundo a los que los Reyes no les traían juguetes y que si yo pedía más regalos, otros niños se quedarían sin ninguno. Yo lo entendía, aunque siguiera intentando encontrar a un niño con el que realizar trapicheos, hoy por ti mañana por mi, y me cediera uno de sus regalos. Lo entendía, y siempre eran tres regalos los que les pedía a los reyes. Lo entendía aunque ni por asomo supiera que lo que en realidad hacían mis padres era regalarme un poco de ética, de solidaridad y de justicia social.
PARA QUE unos tengan, otros nos tenemos que quedar sin nada. Esa es la lógica capitalista que está provocando un genocidio de la clase trabajadora. Muchos de los que todavía tienen trabajo lo perderán. Los que no lo tenemos pero cobramos prestación, se nos agotará. Se morirán los abuelos que mantienen con su pensión a toda su familia. Y se quedará sin casa mucha de la gente que no tiene cómo pagarla. Al PSOE sólo le toca lo que pasa en la calle cuando no gobierna y al gobierno sólo se le ocurre sucumbir al brazo armado de la banca y lanzar un decreto que deja fuera a la mayoría de familias afectadas. ¡Que se maten entre ellos! Parece que exclaman los representantes políticos con unas medidas que nos hacen competir entre pobres para ver quien es más desgraciado. En la Constitución se sigue leyendo lo del derecho al trabajo, a una vivienda o a una vida digna. Pero lo que recoge la carta magna sólo interesa cuando es para hablar de la unidad nacional. Como si pudiéramos tener patria sin derechos humanos. Los desahucios nos convierten en apátridas de un estado que nos expulsa.
Quizás uno no elige en qué lado del mundo le toca estar en la partida aunque sí puede decidir cómo ponerse. Mi vergüenza no será llegar a ser desahuciada sino aceptar los dados trucados y jugar con el drama social como lo hacen gobierno, autoridades, bancos y las personas que cambien la solidaridad por comprarse una casa embargada. Ellos tendrán las manos manchadas de sangre. Seguramente no son de Torrero ni tienen a unos padres a los que agradecer no haber tenido más de tres regalos.

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